Jesus Molinero Rey visto por Antonio Cobos

Si nos adentráramos en los entresijos biográficos de todos los artistas grandes que en el mundo han sido, comprobaríamos que muy pocos de ellos tuvieron la fortuna «praxitélica» de gozar, desde el primer instante, de fama y honores Junto a una hermosa Friné para su uso particular. Casi todos tuvieron razones para dejar impreso en sus creaciones ese «pathos» que signó la obra en bloque del maltratado Scopas.

En el pasado, todos los artistas hubieron de luchar contra un entorno indiferente o avieso hasta el punto y hora de su encuentro con un mecenas con sangre noble en sus venas o fastuosas vestimentas purpúreas. En el mismo caso se encuentran los artistas del presente de no encontrar la protección de uno de esos tinglados que se inventaron junto al Sena, a imagen o semejanza de nuestros tinglados taurinos.

Hay una gran similitud, efectivamente, entre los «tejemanejes» taurinos y los de las artes plásticas; pero hay que decir, por si ello sirve de consuelo a los que pintan o esculpen, que los lidiadores estimados como hitos fundamentales en la historia de nuestra llamada fiesta nacional no fueron precisamente los que pisaron el albero de los ruedos arropados algodonosamente por los integrados en el consabido tinglado taurino, sino aquellos que tuvieron que saltar cercas en la noche, sortear mayorales, mendigar sitio en los tentaderos y jugarse la vida ante toros resabidos y con cinco años corridos sobre los lomos en plazas improvisadas de muchos pueblos españoles de Dios.

Esta disgresión artístico-taurina está justificada cuando se trata de enjuiciar la obra de ese gran luchador que ha sido el artista madrileño Jesús Molinero Rey. Nacido para pintar y dueño de técnicas múltiples, por su maestría en diversos procedimientos pictóricos, cabalga sobre muchas y dispares vertientes. Ante la naturaleza viva, el colorismo le gana para desenvolver un paisajismo ortodoxo que sin desdeñar la veracidad concede márgenes a la interpretación imaginativa: pero cuando influye el recuerdo del lujuriante ambiente brasileño, surge el puntillismo chisporroteante que modela las formas suntuosamente y su personalísima técnica, nerviosa y cabrilleante, con lejanas raíces en el divisionismo vibratorio de Monticelli, que le sirve para una temática dramatizante con soledades infinitas.

Gran parte de su obra discurre por caminos surreales con arranque en el mundo del subconsciente; otra, también abundante, es premonitoria y denunciante de la violencia humana, y en otra, menos complicada pero más trascendente por su espontaneidad. Molinero Rey se asienta y deja paso a un pintor sensible, capaz de idealizar la figuración humana y de convertir la realidad viva en realidad fantástica. A Molinero Rey, con fantasía y con preciosismo en su dicción pictórica, no se le puede tascar el freno. Tiene ante sí espacios anchurosos y alas poderosas para volar, porque, dentro del arte, el aferramiento a una fórmula es indicio de mediocridad, y la inquietud constante, prueba de valía.


© Antonio Cobos Soto (1908-2001)