Autobiografia Primera Parte


Claves de la vida del pintor. Apuntes autobiográficos.

Entre las anotaciones del artista hemos rescatado su "autobiografía". Es un retrato que hace de su infancia, pasando por su etapa en Río de Janeiro  (Brasil) y su regreso a España.

Autobiografía 

Escribir sobre mi vida me ha de resultar harto difícil. Es difícil para uno hablar de sí mismo.
Si un paisaje nunca es el mismo, dependiendo del espectador, mi vida, "mi paisaje", visto desde uno mismo puede caer fácilmente en abismos y exageraciones o en modestísimas apreciaciones.

Atinar con el punto medio ideal sería mi deseo. A eso me lleva mi intención y a eso me llevarán estas letras, que serán suaves y simples, no exentas de defectos ya que mi virtud no es la pluma al menos trataré del lector que cuento con su benevolencia sepa que no es la vida de un gran hombre ni la de un guerrero famoso, sino la de un artista más que camina por el mundo del arte, dando mandobles para subsistir, que persigue un ideal inalcanzable, que lleva por las venas la necesidad ineludible de pintar como pigmento misterioso y como casi una necesidad biológica.
No sé si mi ego me repite: "que algo de ti sobreviva" o que es un poco de eternidad el dejar algo palpable realizado con amor. Eso sí, mi amor por el arte creo que a veces sobrepasa lo normal, si es que existe un varemo, y por ese amor he aceptado penurias y necesidades, desvelos, sinsabores y verdaderos dramas interiores que creo no hubiera podido resistir si hubiera escogido otro camino como ser humano.

Vivo mi vida, hasta cierto punto afortunada, rodeada de una vocación total; esa vocación que mueve montañas y que aumenta con los años, trocando en sacerdocio mi profesión, transcurriendo los días y los años con una velocidad vertiginosa, porque aún hay mucho que hacer.
No ha sido nada fácil acompasar mi vida a esta vocación que nació en mí en la niñez. Soy uno de aquellos que padecierón una maldita guerra que organizaron sus mayores y que padecieron de todo simplemente por subsistir, acercándose en muchos momentos a la vida animal para poder respirar y arrastrar los pies en una vida casi miserable entre bombas, hambre y miserias; entorno nada propicio para sublimar el amor al arte.
Ese sueño quedaba a veces perdido entre la maraña de la realidad cotidiana, pero siempre como un fuego fatuo, maravilloso, se resistía a extinguirse. Los sueños alimentaron esa llama y largos años de trabajo y estudio en años de necesidades, pero no tan crueles, fueron macerando poco a poco mi formación artística.
Nazco un 14 de agosto de 1.925,en plena dictadura Primo de Rivera, del que oi hablar mucho de niño. Mi nacimiento en aquel Madrid dicharachero, alegre, acogedor y medio provinciano en una taberna del barrio de Chamberí es mi primero y pequeño gran mundo. En la calle ancha de San Bernardo aprendí mis primeros pasos, también a jugar y en ella descubrí el amor infantil al enamorarme de una niña de la vecindad. Mi bautizo en la iglesia de los Dolores sella mi catolicismo tradicional, como cualquier español; justamente en la parroquia donde al parecer está enterrado D.Calderón de la Barca.

Como en cualquier niño los recuerdos de los primeros años se sobreponen y se anulan con rara facilidad, pero existe un acontecimiento en un determinado momento que te marca la mente y ya desde entonces recuerdas las cosas cronológicamente, como si se disparara una ballesta y abrieran unas compuertas escondidas y ya allí se almacenarán las sucesivas vivencias en ese archivo maravilloso del cerebro. (Muchas veces pienso que cuando desaparece un hombre, desaparece también una importante biblioteca).

En los momentos en que los primeros taxis ya compiten con los simones y empieza el transporte a motor a marginar al tirado por bestias, cuando los semáforos no existían, creo, ni en el diccionario, cuando el cangrejo arrastraba sus jardineras por la calle Fuencarral, y los tranvías 3 y 14 a su paso por San Bernardo organizaban con sus tintineos y chirridos una sinfonía urbana, acompasada por el coro lejano de los pregoneros de silleros, traperos, churreros, copleros, vendedores de periódicos y contadores de historias de sucesos recientes con pinturas naif en carteles explicativos, como cinematográficos primerarios. Cuando en las aceras los tenderos de ultramarinos tostaban sus cafés en hornos metálicos alimentados con leña y dándole al manubrio impregnaban las calles de aromas tropicales a veces confundidos con el de las patatas asadas que salía humeante por chimeneas de candorosas locomotora. Aquel Madrid de floristas, mendigos, limpiavías, traperos, limpiabotas, guardias con sable, soldados con ros, pícaros y gitanos. Aquel Madrid con los obreros vestidos casi por profesionales, inclusive el domingo; de toneleros y paragüeros trabajando en las aceras; de rimbombantes amas de cría; de bigotes engomados, de capas, de bombines y chulos, de plachadores y modistillas, de cigarreras y de señoritos calaveras; dejó en mi grandes recuerdos.

Por entonces, mi padre, recio castellano (que andando vino de Soria a los doce años en busca de empleo, después de haber sido pastor) ya con más de veinte de capital, de gran talento natural y excelente lector, lo hacía en voz alta con voz ampulosa de gran tribuno, rodeado de la ensimismada parroquia con los textos que en El Liberal, Ortega y Marañón escribían.

Y un buen día, 14 de abril de 1931, la ciudad es invadida por muchedumbres al parecer felices. Marca un hito en mis recuerdos y esa explosión contagiosa de alegría creo que impactó tanto en mí, que desde entonces pienso que pasé de una especie de nirvana infantil a tomar conciencia de mis actos. Ese día me encaramé con otros chavales, a un camión que repleto de enfervorecidos ocupantes enarbolando nuevas banderas, salió de nuestro barrio y allá fuimos, a Cuatro vientos y a la puerta del Sol para tomar parte de aquel jolgorio repitiendo las cosas que decían los mayores. Para mí fue un día maravilloso.

Mis estudios en un colegio de Marista se entretejen al que tengo de un inolvidable profesor D.Gerardo. Maestro que inculcó en nosotros la rectitud y la honradez. Austero burgalés con cinco hijos a la espalda y que mantenía una elegancia en el saber estar que podrían envidiar muchos caballeros hidalgos. A él un agradecido recuerdo. Planteaba las clases como en el fútbol. Con su primera y segunda división. Con sus campeones de grupo con arreglo a la puntuación ocupando por meses la situación que habías conseguido. Los dos últimos meses de mi asistencia a aquellas clases logré llegar al segundo puesto de primera. Me sentí medianamente feliz.

En aquellos años cuando nuestros partidos futbolísticos los celebravamos en plena calle y el "que viene un coche" nos hacía suspender momentáneamente el juego, recogiendo nuestra pelota de trapo y papel.
La huelga general del 34 nos hizo sentir el preludio de que algo gordo se avecinaba. Sablazos. Esquiroles. Pistoletazos. Pedreas y anarquía; también hambre. Yo veía salir de casa a conocidos con comida que mis padres les daban. Acabado el colegio al principio del verano del 36, ya con once años, voy con unos tíos que regentaban unas salinas en la provincia de Guadalajara a pasar una temporada. Poco más allá de Sigüenza y antes de un pueblecito llamado Alcuneza, y ese encuentro hace que vivamos días dramáticos con sus correspondientes miedos y temores. Refugiados en el monte vamos a dar con un pueblo creo que llamado "Pozancos". Con varios días de estancia partimos para otro más, del que no recuerdo el nombre y de vuelta de nuevo regresamos al lugar de origen. En aquellos momentos sin linea de fuego estable nuestra residencia era tierra de nadie y la aparición de dos milicianos perdidos y uno de ellos familiar, y, hasta cierto punto buscándome, hace que el 18 de agosto y en su compañía de una prima de nueve años, intentemos llegar a Madrid. Esos ciento y pico kilómetros fueron una pequeña odisea y al fin logramos llegar los dos solos a Guadalajara donde después de dormir una noche en la estación logramos subir a una camioneta militar consiguiendo nuestro propósito.

Volviendo a lo que más tarde sería mi verdadera profesión, recuerdo que un escultor que de vez en cuando aparecía por aquella tasca inolvidable, al verme dibujar o hacer mis mapas coloreados le decía a mi padre que en mí había madera de artista y que cuando fuera un poco mayor me llevaría con él. Pensamiento que compartía un para mí; personaje entrañable al que creo debo bastante. Intelectual y médico. De grandes vivencias y excelente narrador, desde niño me hizo descubrir un mundo más importante, que no tenía nada que ver con el mundo artesanal y sencillo que me rodeaba. Quizá se pasara en sus fantasías dialécticas, como buen caballero andante, pero ese hombre al que quiero y con sus ochenta y pico de años camina por el Perú haciendo españolidad, reciba con mis sencillas letras un pequeño homenaje de amor y gratitud. Muchas gracias Sr. D. Antonio Mena.

Hablar de lo que marcó mi infancia la Guerra Civil haría harto prolijo este modesto texto, no sin cierto pudor. Creo que me ha marcado bastante mi vida posterior. Mi infancia se rompió. Pude tener estudios superiores, la guerra me los quitó. Perdí una parte muy importante de mi vida y tuve que cambiar los juguetes por el hambre. Acudir a la escuela con bombardeos, a cambiar mi dormitorio por un sótano, a ver destrozar los muebles para conseguir fuego y a pasar horas interminables por un panecillo o un puñado de bellotas. A ver morir amigos por balas que llegaban del frente y el ir casi hasta él para arrancar ventanas de las casas destruidas para conseguir leña. Muertos, miseria, dramas a tu alrededor y obuses explotando a menos de cien metros. Todo lo que puede suceder en una ciudad asediada llena de parapetos y trincheras, con interminables meses sin luz, con inesperados bombardeos y con la angustia del "por lo menos hemos vivido hoy". Un cataclismo que a los once años no comprendes y del que no tienes culpa de nada.

Pasados los años se desliza sobre mis recuerdos una sutil cortina del antes y después de la guerra.

La dura posguerra rodea de crueldades tu entorno. Como perdedores; amigos, vecinos o conocidos conocen las cárceles y el fusilamiento y desbandada general en otros que no volverás a ver más. Algún familiar muerto y detención de mi padre por ser simpatizante del partido de Azaña; puesto rápidamente en libertad por haber salvado algunas vidas durante la contienda y ser hombre intachable. La necesidad obliga a dejar los estudios y trabajar en una España que se hunde más, por el comienzo de la Guerra Mundial. Un millón de muertos a sus espaldas, con por lo menos seis quintas en el servicio militar, con muchas gentes en las cárceles y en campos de prisioneros, en un país dividido y destrozado, en una ruina económica total y olvidado del mundo.
Empiezo a trabajar en una mercería de la Plaza del Ángel, a pocos pasos del celebérrimo carillón del reloj chino de Canseco, cerca de la tumba donde reposa el cuerpo de Lope de Vega, y escuchando a diario los conciertos del ciego de la ocarina, la que tocaba magistralmente. Las tardes de gran corrida, la salida del torero más famoso, del hotel Victoria era un acontecimiento: nada más que Manolete.

Muchas tardes un hombre diminuto y silencioso y casi siempre de negro daba su paseo y compraba castañas en la esquina. Su sombrero y su bigote ya eran familiares. D. Jacinto Benavente que vivía a pocos pasos de allí.

Mis recados de chico de tienda me hicieron descubrir el mundo de los ricos. El Palace, El Riz, algunos palacios de la Castellana o la casa del maestro Luna el día de su fallecimiento.
En mi callejear por aquel Madrid del estraperlo, del puré San Antonio, boniatos, milhojas y pan de higo; que eran manjares del pueblo me llevó a pisar en alguna ocasión y con devoto arrobamiento alguna galería de arte. Grifé Escoda, Eureka y Cano a través de los cristales. En Cano nunca me atreví a entrar; era un santuario. El entusiasmo de aquellos momentos al apreciar los cuadros, me hacían pensar en que sería de dar media vida con tal de pintar algo parecido, y así compré con las propinas mis primeros tubos de óleo y mis dos primeros pinceles.
El preludio de un futuro destino lleno de altibajos llevado por las olas de la vida. Acudiendo a una academia para culturizarme, escudriñando como podía los misterios del arte, y queriendo adivinar como se hacían aquellas para mí maravillas, pensaba que mi futuro dependía exclusivamente de mí y que cada día tendría que poner un pequeño ladrillo.

Muy poco tiempo fui a Artes y Oficios. Lei todo lo que podía sobre arte y aprendí lo que es la impotencia cuando quieres hacer algo y no puedes. El soñar lo imposible para conseguir lo posible arraigó en mí y con resignación y rabia pintaba malísimas y pequeñas cosas que fueron el embrión de lo que pueda hacer ahora.

Fui pensando en artista acariciado por un sentido extraño que se apartaba del mundo cotidiano; de ese mundo del trueque y la barriga satisfecha o el poseer, caiga quien caiga.

No satisfecho con ser dependiente de comercio a los 17 años, consigo entrar de practicante en un mundo que me seducía bastante: el cine. Practico y trabajo de ayudante de operador en el desaparecido cine Calatravas de la calle Alcalá, al igual que un hermano poco mayor que yo, y ya como ayudante y mis diez pesetas de sueldo me siento un hombrecito. Sigo emborronando cosas y aprendiendo como puedo. Leo todo lo que me sale al paso siempre que pudiera ser importante y poco a poco mi formación se va ampliando.

Estudio radio y por supuesto electricidad y fabrico artesanalmente, en unión de otro amigo, transformadores. Amigo con el que llegué a inscribirme para estudiar perito electricista teniendo que abandonar por simultanear el trabajo con otro empleo debido a las necesidades.

El año 1946, el servicio militar rompe mi vida y en los tres años entre Badajoz, Navarra y Madrid realizaba sobres artísticos a color para los soldados, lo que me ayudaba a incrementar el salario de 0.50 pts.

La licencia me plantea un porvenir. Vuelvo a trabajar de operador cinematográfico y en las horas libres me hago hueco en un taller de reparaciones relacionado con la cinematografía, con un salario casi simbólico pero con el deseo de aprender "ajuste, torno y fresa". Me coloco de proyeccionista en la Embajada Inglesa y encargado de repaso de las películas que distribuían.
Durante tres años simultaneo los tres empleos no sé como y aunque la pintura la tenía casi al margen, siempre trataba de pintar en los momentos más extraños. Me sentía infeliz. La lucha por la vida marginaba cada vez más la ilusión de mi vida.

Con aparatos prestados o alquilados doy proyecciones por los pueblos de la sierra, en colegios y conventos e instalo un cine en Tielmes de Tajuña donde llegué a tener problemas por llevar algunas películas atrevidas como Gilda.
Seguí pintando lo que podía.

Con bastantes conocimientos mecánicos y eléctricos logro establecerme en un pequeño local con un torno y una fresadora comprados a crédito, intuyendo la falta de talleres que existían entonces en esa especialidad cinematográfica. El taller funciona y llego a tener dos empleados que llegaban a retirar más dinero que yo, por los pagos, nuevas herramientas y los cobros que casi siempre eran a noventa días. La ruina familiar me coloca a los 25 años en cabeza de familia con mis padres y una hermana a mi cargo. La situación económica es insostenible. Llego a enfermar por trabajar demasiado. La situación anímica de mi padre, sin empleo, me hace pensar en un futuro muy incierto, y en ese momento decido, no sé si acertadamente, por evitar males mayores, embarcarme a la aventura americana.


Jesús Molinero Rey - Copyright © 2024

(Primera parte) 


Jesús Molinero Rey - Copyright © 2024

Para cualquier Sugerencia puede dirigirse al Correo electrónico

info@molinerorey.es